Pablo Neruda

jueves, 5 de julio de 2007

Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, actual VII Región, el 12 de julio de 1904. Su madre fue Rosa Neftalí Basoalto Opazo, profesora de un liceo de niñas. Su padre, José Ángel Reyes, fue obrero y posteriormente maquinista. Contrajeron matrimonio en 1903.

Rosa murió de tuberculosis pocas semanas después de dar a luz a Neftalí, su único hijo. Esta ausencia marcaría más adelante al poeta, y su nostalgia se hizo patente en dos poemas dedicados a ella: Luna y Humildes Versos para que Descanse Mi Madre, del libro El Río Invisible, publicado años después de su muerte (1980).

Neftalí —bautizado así en recuerdo de su progenitora— se educó los primeros años de su vida en la casa de sus abuelos, hasta que en 1906 fue a vivir a Temuco junto a su padre. Este había vuelto a casarse con Trinidad Candia Marverde, a quien el niño denominó “mamadre”. Por el cariño que le tenía, la llamaba el “ángel tutelar de mi infancia”. Laurita y Rodolfo fueron sus hermanos por parte de padre.

En 1919 Neftalí ingresó al Liceo de Hombres de Temuco. Su compañero de banco fue Gilberto Concha Riffo, quien con el tiempo se hizo llamar Juvencio Valle, mientras que Neftalí Reyes adoptó el seudónimo de Pablo Neruda.


AMOR

Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado, y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa --limpio de todo mal--.

¡Cómo sabría amarte, mujer cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
amarte más.
Y todavía
amarte más.



Al pie desde su niño



El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.

Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.